RICARDO GIL OTAIZA
El Universal
Domingo 16 de noviembre de 2014
Como pocas artes, la escritura exige que el esteta goce de ciertas condiciones personales y familiares para desarrollar su tarea. Podríamos decir que dentro de su "disciplina" tendrá que haber elementos propios de la vida de oración: silencio, paz interior, riqueza del espíritu, y un entorno en completa y perfecta armonía. Si se perturban algunas de estas variables será difícil para muchos autores (y en algunos casos, imposible), escribir un texto que valga la pena. La escritura no es un proceso mecánico, que brota sin más por mera decisión racional; para que ella se dé y fluya como aspiramos se requiere de entrada un "algo" que he denominado "ansia interior", que denota comunicar, transmitir, entregar lo que se lleva dentro. Es un deseo de mostrar -y de mostramos- que podría ser equivalente al desnudo en las artes escénicas, y que en el poeta se patentiza a la perfección en versos que entregan al lector las interioridades del alma.
El escritor es un ser solitario, y no precisamente porque se halle solo en medio del mundo, sino que a pesar de estar acompañado por multitudes él reclama una conexión directa con su Ser para que así emerja "esa ansia" que lleva dentro. En este caso preciso la soledad no será jamás sinónimo de ingrimitud; todo lo contrario: estará poblada, habitada, impregnada y azuzada de referentes, de fantasmagorías, de vivencias y de voces interiores (y de afuera) con las cuales deberá comunicarse. Y ya ni importa si esa conexión se logra en medio de una solitaria biblioteca, o con la bulla de una fiesta, o disfrutando entre amigos en una tasca, o con niños gritando a todo pulmón en sus juegos y deliciosas trifulcas, porque una vez establecida se abren los canales y todo fluye hasta un nivel rayano en prodigio.
Arturo Uslar Pietri requería encerrarse unas cuantas horas para sentarse a escribir y durante todo ese tiempo nadie podía interrumpirlo; ni siquiera su esposa, quien advertida por tantos años de plácida convivencia, sabía ponerse de lado para dejar al escritor macerado en su propia reflexión intelectual. En contraposición a esto, lo mejor de la obra de mi querida amiga Mireya Krispin, la gran poeta venezolana, fue escrito en tascas. Y no estoy hablando de una obra cualquiera, sino de portentosos textos que nos cuentan del amor y la amistad; pero también de lo metafísico e intangible. En lo personal siendo muy joven requería encerrarme sin ruido alguno para sentarme a escribir, de lo contrario era muy poco lo que sacaba como saldo de una larga jornada de trabajo. Con el tiempo, y en la medida en que fueron llegando mis hijas al mundo, con toda la algarabía que esto implicaba, aprendí a abstraerme y así establecer conexión con mi "yo interior" y que pudiera emerger sin fórceps todo lo que tenía por decir a mis lectores.
La soledad no es algo inmanente al escritor (o al acto de escribir); mas sin embargo, se requiere que a lo largo del proceso se establezcan vasos comunicantes entre el consciente y el subconsciente; entre su momento histórico y el mundo interior. Solo así emergerá el milagro de la escritura traducido en texto y en obra. En vida; ni más ni menos.
@GilOtaiza / rigilo99@hotmail.com